viernes, 15 de octubre de 2010

Del sueño la luz


No estoy deprimido. Desperté con los mismos problemas de aseo y abandono, pero con una sonrisa que atravesaba mi cara como un tajo profundo de cuchillo. De noche soñé con un rostro conocido desde siempre, pero jamás visto. Y a la mañana amé el sol, los colores y la brisa.
Y el rostro del sueño me llevó, atado, con los aromas del amor en la nariz. Pinté mi cara, la despojé de grasas, le dí tijeretazos a mi pelo y adecué mis pantalones a la moda. El rostro del sueño me llevó.
Nunca nadie ha llegado al horizonte, hoy pienso que ni siquiera eso necesito. Tal vez, vaya detrás de una nube, de un resplandor, de un sonido, pero tengo que atrapar esa forma perfecta parida en las fauces de mi sueño.
Ningún sueño puede ser un engendro surgido de la nada. El rostro me lleva, con los pies veloces por un camino de belleza inusitada, como una hamaca, de un lado para el otro. El camino puede ser interminable o bifurcarse en un punto de conflicto. Pero hoy, no estoy deprimido.

Imagen: Jean-Honore Fragonard - "El columpio"

miércoles, 13 de octubre de 2010

Ruinas (lado B)


Me veo como un trozo de carne colgada de un gancho, y muerta. Me veo en el espejo como una piltrafa desnutrida de sexo insensible.
Me veo como un gato mojado, sobre el muro, en el invierno. Los huesos resquebrajándose.
Me veo como un estropicio abandonado en el medio de la nada. Me veo abúlico, la nariz apoyada sobre el vidrio, mientras llueve y la noche es más oscura que nunca.
Me veo degradado al nivel de la mierda, una botella de wishky junto a la cama, colillas de cigarrillos por todas partes. Libros que no leo. Papeles desparramados, sucios. El hedor de la decadencia.
Me veo transparente y quebradizo, los pelos revueltos, secos, las barbas y las uñas creciéndome. Podría estar muerto.
Me veo sin dios. Hay un dios más zaparrastroso que sus miserables devotos.
Me veo, no me ves, nadie me ve.

Imagen: Perro semihundido - Francisco de Goya

lunes, 4 de octubre de 2010

Transición en los bordes


Me siento sobre una monturita que está al costado de la cancha, y desde ahí, miro a los chicos jugar. A veces me hacen señas, a lo lejos, llamándome, pero a mi me gusta así, mirar, escucharlos gritar o pelearse entre risas. Yo no juego. A lo más, les alcanzo la pelota, pero eso es lo máximo.
En las siestas primaverales me encanta mirar fijamente el sol, hasta que se forman figuras extrañísimas en mis ojos, hasta que me olvido absolutamente del mundo y entro en otros mundos donde yo, decido quien soy y adonde voy.
Me gusta mirar las nubes, como a todo el mundo le gusta, darle un nombre a sus formas. Ver como se desplazan empujadas por el viento. Como pierden su forma original, como se difuminan a lo lejos.
Y en el otoño, me complazco en quedarme debajo de la llovizna finísima. Sé que los otros chicos me miran desde sus ventanas, porque ellos no juegan cuando llueve, sólo miran la lluvia caer, y a mi, que sigo mi rutina interminable, sentado en la monturita que se desgrana, mirando el espacio vacío e imaginando a los chicos jugar bajo la lluvia. Mojado vuelvo a mi casa, y me divierto escuchando a mi mamá advertirme sobre las inminentes enfermedades. 
Pero no me enfermo, porque un ángel, eso dice mi abuela y yo no creo, me protege de todo.
Muchos días de lluvia se suceden, y entonces ya me entra una sensación de desamparo, pensar en las caritas de los chicos detrás del vidrio, la nariz achatada, los ojitos entristecidos.
Siento que estoy atravesando un espacio de niebla y nadie me ve.

Imagen: Anselm Kiefer - Melancholia