El despojo de un animal cosido al asfalto por la puntada
ajustada de unos neumáticos. El vientre en jornada de puertas abiertas para los
gusanos. Celosías de sangre coagulándose al aire. Los ríos, los mares
interiores, abandonando lentamente el cuerpo. Del mismo modo que una planta,
este animal no tardará en secarse al sol para ser sólo pellejo, y a
continuación una mancha informe en la carretera. Pero antes vendrá un perro.
Quizás uno de esos perros que vagan solos, abandonados por sus dueños, a los
que soy incapaz de mirar a los ojos, porque en ellos se escribe toda la
intemperie del mundo. Vendrá atraído por el hedor de este animal
descerrajado. Se acercará y olisqueará.
Y luego, como respondiendo a un imperativo categórico, comenzará a restregarse
contra este amasijo de pelo, carne y vísceras. Lo hará de un modo frenético,
diría que casi sensual, si no resultara repugnante. Nunca he podido entenderlo,
pero hoy he entrevisto una analogía. Mirando a este cadáver, que sin la
intimidad de una fosa se pudre, he pensado en la pena. En que toda pena se queda en un lugar del
camino, embestida en uno de los muchos volantazos del automóvil de la vida. Algunas
personas la toman y sin más la entierran, pero otras actúan como el perro y comienzan
a olisquear, o a lamer la sangre reseca. Se refriegan contra el pellejo. Aúllan
un celo. Y continúan durante mucho tiempo restregándose contra esa pena, con un
deleite a todas luces masoquista. Como el perro la confunden con un compañero de
viaje junto al que eluden toda esa intemperie que se lee en sus ojos. La gran mayoría hemos actuado de este modo alguna vez. En cuanto a la pena caemos
fácilmente en la necrofilia.
lunes, 26 de marzo de 2012
martes, 20 de marzo de 2012
Fe
Adhiero a esta fe de rotos y descosidos. A esta doctrina que predico mudo en un desierto de ciegos. Una fe de dioses ahumados y de becerros con rabia. Adhiero sin fe a esta fe de sahumerios para espantar sonrisas triviales, insectos pegajosos. La raza de crucificados
La fe sin libro sagrado ni lengua enrevesada. La fe de la conmoción. La de lomos sellados a fuego por el número de la incertidumbre. Profeso esta fe de zaparrastrosos sin templo. Comulgo la hostia amarga de los días. Un vino ácido corre por mis venas. Grises son los profetas de esta iglesia condenada al abismo. Hordas de devotos desmotivados emprenden caminatas sin promesas ni ruegos a santuarios fríos. Cada día invaden carcazas de metal y cemento y piensan oraciones desesperanzadas, astillas en su garganta les cortan las alas.
Imágenes profanas en el centro de la oscuridad. Los cementerios están plagados de fieles que han elegido la forma y el día de su muerte. Esto es una utopía. Yo no puedo brindar este sacrificio, por miedo al dolor, espiritual o físico, por terror al castigo o a la culpa que otros dioses nos han impuesto.
Imagen: Alex Titarenko
lunes, 12 de marzo de 2012
MARES INTERIORES
Y yo te hablo de los peces que habitan mi vientre, trazando sendas de espuma hacia el mar interior. Peces que nadan olvidados en aguas color de luna. Peces que duermen
sobre el liquen, y sueñan con túneles que conducen hasta el corazón, ese músculo
que rige las mareas de la sangre. Me tomas con fuerza la mano para sentir el
flujo de mis peces. Perciben tu arrebato, y se dispersan embravecidos por esa furia que emerge desde la raíz de
tus uñas. Astillarme la piel y arrancar
uno por uno los peces de mi vientre. Asirlos por la cola y detenerte un
instante a contemplar sus escamas resplandeciendo al sol. La sal de la luz en
tus ojos. El pequeño pez se revuelve de forma violenta. Sus branquias se tensan
como el arco de un violín. Emana de ellas una música extraña, un eco al cantar de los
astros... Tú y yo bailando a su compás desde el umbral del tiempo.
martes, 6 de marzo de 2012
Lo inexorable
Ser un resabio, una copia, buena o mala, mejor o peor, digna o patética de aquellos o todo aquello que nos precedió. La angustia de las influencias. Cargar con las miserias del pasado, la cruz. Portar las virtudes, y sin embargo, como una simple mancha congénita.
El contagio y la herencia.
Una existencia parasitaria.
Millones de años y de copias de aquel primer original, ya indiscernible para nosotros. Plagios a escalas monstruosas. Todo es copia. Dios y sus moldes para barro, con leves matices. Moldes para chinos amarillos, moldes para blanquísimos europeos, moldes para oscuros africanos, moldes para pigmeos. El juego endemoniado de dios. Asesinos y santos en un mismo molde, todos manoseados por un dios cambalachero.
El plomo interior de advertir, de VER que somos SIEMPRE astillas intrascendentes de una explosión lúdica, un dios desparramando muñequitos innumerables a piacere; una nimia muestra de “algo”, una costilla o un escupitajo en la tierra, nada, duplicados ignominiosos.
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