viernes, 25 de noviembre de 2011

Techos


En esta noche larga alguien no duerme. Alguien que vela por mí o que vela a su muerto. Un hombre atravesado por la daga de la enfermedad, una mujer que espera a su amado, rota por la certeza del engaño. Hermanos pequeños con el vientre vacío y delirante. Borrachos que deambulan o putas que pelean sus mendrugos.
Y casi como si fuese una norma de equilibrio universal, por todos los que dormimos otros tantos no duermen, y por todos los que reposan su cuerpo otros tantos se retuercen sobre sí, y por los que sueñan sin riesgo, ejércitos de insomnes se lavan inútilmente las heridas que vuelven a sangrar.
Ciertas líneas de pensamiento nos han enseñado a buscar desesperadamente el techo, el techo propio bajo el cual dormir. Algunas constituciones nacionales garantizan un techo que sin embargo no ocurre sino apenas en páginas inútiles. Tenemos techo y nos olvidamos del mundo, dormimos. Kafka nos habla de "lecho seguro", mientras la vida sigue ocurriendo afuera, insomnes de dolor o hambre. Pero es probable que los doloridos de hoy sean, los que mañana omitan a otros doloridos.
Nada es un mundo ni un continente. Todo es isla, una plaga de techitos, y en los contornos, llanto y heridas. Y cada uno, se lame como puede.

Imagen: Anna Morosini

jueves, 17 de noviembre de 2011

La tristeza


Esta (la) tristeza no se declama, no se expone, no se desnuda. Tengo boca y no puedo gritar. La tristeza se acepta, se lleva, como el cuchillo en las tripas o el veneno de la serpiente en las sangre, hasta que supura o te mata. La amargura es un sabor redundante que trasciende el paladar.
Nadie, ningún héroe, ningún mesías, inflige un tajo y extirpa la tristeza, como si de un tumor maligno se tratase. La tristeza insiste de forma férrea. Lucha, al fin y al cabo, contra nuestra pobre voluntad de expulsarla.
Pero la tristeza termina, pasa, igual que pasan las nubes, las lluvias o los días. O se queda, la tristeza, nieve eterna. Eso inferimos, porque la eternidad no puede ir más allá de nuestra propia finitud.
Y cuando la tristeza no pasa, persiste, tarde o temprano, el viento atroz de la muerte la arrastra, y arrastra mucho más que la tristeza.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Después


La desnudez es el instante sublime, la ráfaga siempre fugaz. Después, todo es mero descenso, una frenética caída a revuelco entre piedra y espina. El cuerpo dolorido de un dolor indefinible. Las huellas de la caricia que se borran. El beso exhausto, la mano profunda, disolviéndose en el ácido del sinsentido.
Un rio que baja, imparable, de lo que antes fue montaña, vuelo, cielo. La desintegración del goce en el amargo paladeo de lo perdido, de lo jamás tenido, de lo improbable. Ese espacio fronterizo entre la vigilia y el sueño que nunca se concreta, que nunca seré asequible a mi razón.
Si la desnudez fue sueño, y lo que sigue, lo espeso, lo pastoso de la derrota es real, o viceversa. O si todo es una masa informe que nos contiene y nos condena a la anonimia.