En esta noche larga alguien no duerme. Alguien que vela por mí o que vela a su muerto. Un hombre atravesado por la daga de la enfermedad, una mujer que espera a su amado, rota por la certeza del engaño. Hermanos pequeños con el vientre vacío y delirante. Borrachos que deambulan o putas que pelean sus mendrugos.
Y casi como si fuese una norma de equilibrio universal, por todos los que dormimos otros tantos no duermen, y por todos los que reposan su cuerpo otros tantos se retuercen sobre sí, y por los que sueñan sin riesgo, ejércitos de insomnes se lavan inútilmente las heridas que vuelven a sangrar.
Ciertas líneas de pensamiento nos han enseñado a buscar desesperadamente el techo, el techo propio bajo el cual dormir. Algunas constituciones nacionales garantizan un techo que sin embargo no ocurre sino apenas en páginas inútiles. Tenemos techo y nos olvidamos del mundo, dormimos. Kafka nos habla de "lecho seguro", mientras la vida sigue ocurriendo afuera, insomnes de dolor o hambre. Pero es probable que los doloridos de hoy sean, los que mañana omitan a otros doloridos.
Nada es un mundo ni un continente. Todo es isla, una plaga de techitos, y en los contornos, llanto y heridas. Y cada uno, se lame como puede.
Ciertas líneas de pensamiento nos han enseñado a buscar desesperadamente el techo, el techo propio bajo el cual dormir. Algunas constituciones nacionales garantizan un techo que sin embargo no ocurre sino apenas en páginas inútiles. Tenemos techo y nos olvidamos del mundo, dormimos. Kafka nos habla de "lecho seguro", mientras la vida sigue ocurriendo afuera, insomnes de dolor o hambre. Pero es probable que los doloridos de hoy sean, los que mañana omitan a otros doloridos.
Nada es un mundo ni un continente. Todo es isla, una plaga de techitos, y en los contornos, llanto y heridas. Y cada uno, se lame como puede.
Imagen: Anna Morosini