jueves, 30 de diciembre de 2010

Impotencia


"Nadie tiene la culpa. Ni la tienes tú ni la tiene ella. Me atrevería a decir que la culpa es del mundo, por estar hecho de esta manera. Pero el mundo no se puede cambiar. Sería lo mismo que tratar de invertir el curso de un río."

Haruki Murakami

Sueño con una mujer que clama por mí, en la otra orilla, en la otra tierra, en el otro mundo. Detrás de las montañas, después de los mares, más allá de las estrellas.
Los bucles negros le caen dóciles sobre los hombros blancos, le recorren dulce y onduladamente la espalda. La sonrisa está en sus ojos. Su boca es el centro del sueño. Clama por mí, su boca es la que clama y yo no puedo llegar hasta ella, porque vivo atado a un muro.
Literalmente, sueño con la mujer que clama por mí. Que alza sus brazos como una devota desesperada. Yo sería su esclavo, ciego. Pero ella no lo sabe, sólo yo la escucho. Ella no puede verme, ni escucharme, no puede intuir lo que siento.
La mujer que se desgarra detrás de la ventana neblinosa, detrás de la puerta clausurada, debajo del techo negro. Grita, su grito puede ser una caricia, pero es una astilla en mi garganta. Quizá, ella misma sea el muro.
Nada se pierde con estar vivo. Desde otra patria una voz repite "o soño os quite o sono"...

Imagen: Egon Schiele

miércoles, 24 de noviembre de 2010

1


...y en la noche, se cava tu ausencia, ese hueco impreciso en alguna parte de mi cuerpo. Hormigas, como corrientes eléctricas se devoran mi tierra, mi carne, mis fuerzas. Llevo meses siendo devorado, siento infinitos pasillos oscuros adentro, por los cuales circulan las hormigas llevándose mis desperdicios...


¡Hundirse en la noche! Así como a veces se sumerge la cabeza en el pecho para reflexionar, sumergirse por completo en la noche. Alrededor duermen, los hombres.
Un pequeño espectáculo, un autoengaño inocente, es el de dormir en casas, en camas sólidas, bajo techo seguro, estirados o encogidos, sobre colchones, entre sábanas, bajo mantas; en realidad se han encontrado reunidos como antes una vez y como después en una comarca desierta: Un campamento al raso, una inabarcable cantidad de personas, un ejército, un pueblo bajo un cielo frío, sobre una tierra fría, arrojados al suelo allí donde antes se estuvo de pie, con la frente contra el brazo, y la cara contra el suelo, respirando pausadamente. Y tú velas, eres uno de los vigías, hallas al prójimo agitando el leño encendido que cogiste del montón de astillas, junto a ti. ¿Por qué velas? Alguien tiene que velar, se ha dicho. Alguien tiene que estar ahí.

                 De Noche - Franz Kafka

jueves, 11 de noviembre de 2010

Fragmentos


Sueño con fragmentos y fragmentos son mis sueños. Fragmentos de luz que se cuelan por mis ojos y me bañan en oleadas fugaces. Fragmentos de espejos que me devuelven fragmentos de mi.
Sueño con fragmentos de dolor, inubicables. Todos los dolores de la historia fragmentados, haciendo de mi, un océano de islas en pena.
Fragmentos de color que despejan la niebla negra de la noche. Fragmentos de agua que apagan el calor del infierno cotidiano.
Sueño con fragmentos de cristal incrustándose en mi pecho y en mi espalda, pero no siento el dolor. Fragmentos de amor, que fragmentado, ya no es amor, sino un hilo quebradizo de recuerdo amargo.
Fragmentos de tiempo. Fragmentos de sonrisa. Fragmentos de llanto. Fragmentos de lo que puede ser y en tanto pueda ser, nunca será.
Sueño con fragmentos de un puñal y besos fragmentados, sin sabor ni sentido. Fragmentos de una chica que no son sino, mi propia visión del mundo. Soy yo, roto, que no tengo otra forma de contemplar más que en fragmentos.

viernes, 15 de octubre de 2010

Del sueño la luz


No estoy deprimido. Desperté con los mismos problemas de aseo y abandono, pero con una sonrisa que atravesaba mi cara como un tajo profundo de cuchillo. De noche soñé con un rostro conocido desde siempre, pero jamás visto. Y a la mañana amé el sol, los colores y la brisa.
Y el rostro del sueño me llevó, atado, con los aromas del amor en la nariz. Pinté mi cara, la despojé de grasas, le dí tijeretazos a mi pelo y adecué mis pantalones a la moda. El rostro del sueño me llevó.
Nunca nadie ha llegado al horizonte, hoy pienso que ni siquiera eso necesito. Tal vez, vaya detrás de una nube, de un resplandor, de un sonido, pero tengo que atrapar esa forma perfecta parida en las fauces de mi sueño.
Ningún sueño puede ser un engendro surgido de la nada. El rostro me lleva, con los pies veloces por un camino de belleza inusitada, como una hamaca, de un lado para el otro. El camino puede ser interminable o bifurcarse en un punto de conflicto. Pero hoy, no estoy deprimido.

Imagen: Jean-Honore Fragonard - "El columpio"

miércoles, 13 de octubre de 2010

Ruinas (lado B)


Me veo como un trozo de carne colgada de un gancho, y muerta. Me veo en el espejo como una piltrafa desnutrida de sexo insensible.
Me veo como un gato mojado, sobre el muro, en el invierno. Los huesos resquebrajándose.
Me veo como un estropicio abandonado en el medio de la nada. Me veo abúlico, la nariz apoyada sobre el vidrio, mientras llueve y la noche es más oscura que nunca.
Me veo degradado al nivel de la mierda, una botella de wishky junto a la cama, colillas de cigarrillos por todas partes. Libros que no leo. Papeles desparramados, sucios. El hedor de la decadencia.
Me veo transparente y quebradizo, los pelos revueltos, secos, las barbas y las uñas creciéndome. Podría estar muerto.
Me veo sin dios. Hay un dios más zaparrastroso que sus miserables devotos.
Me veo, no me ves, nadie me ve.

Imagen: Perro semihundido - Francisco de Goya

lunes, 4 de octubre de 2010

Transición en los bordes


Me siento sobre una monturita que está al costado de la cancha, y desde ahí, miro a los chicos jugar. A veces me hacen señas, a lo lejos, llamándome, pero a mi me gusta así, mirar, escucharlos gritar o pelearse entre risas. Yo no juego. A lo más, les alcanzo la pelota, pero eso es lo máximo.
En las siestas primaverales me encanta mirar fijamente el sol, hasta que se forman figuras extrañísimas en mis ojos, hasta que me olvido absolutamente del mundo y entro en otros mundos donde yo, decido quien soy y adonde voy.
Me gusta mirar las nubes, como a todo el mundo le gusta, darle un nombre a sus formas. Ver como se desplazan empujadas por el viento. Como pierden su forma original, como se difuminan a lo lejos.
Y en el otoño, me complazco en quedarme debajo de la llovizna finísima. Sé que los otros chicos me miran desde sus ventanas, porque ellos no juegan cuando llueve, sólo miran la lluvia caer, y a mi, que sigo mi rutina interminable, sentado en la monturita que se desgrana, mirando el espacio vacío e imaginando a los chicos jugar bajo la lluvia. Mojado vuelvo a mi casa, y me divierto escuchando a mi mamá advertirme sobre las inminentes enfermedades. 
Pero no me enfermo, porque un ángel, eso dice mi abuela y yo no creo, me protege de todo.
Muchos días de lluvia se suceden, y entonces ya me entra una sensación de desamparo, pensar en las caritas de los chicos detrás del vidrio, la nariz achatada, los ojitos entristecidos.
Siento que estoy atravesando un espacio de niebla y nadie me ve.

Imagen: Anselm Kiefer - Melancholia 

martes, 28 de septiembre de 2010

Muerte (IV)


"Cuando pienso en mí mismo muerto
pienso en alguien haciéndote el amor
cuando no estoy por ahí..."

Charles Bukowski

El día de mi muerte, nadie se dará por enterado. Nadie extrañará mi presencia, mi amargura o mi alegría. Quedaré tirado en mi colchón, o en el baño, o en un sillón. La radio encendida, o el televisor, construyendo una realidad de ficción, paralela a mi cadáver.
Afuera, la gente seguirá en sus asuntos, corriendo de un lugar a otro, riendo de cualquier cosa, bailando, o velando a sus muertos. Nadie me velará. Nadie llorará ni esgrimirá frases comunes: "era un buen tipo".
No habrá oficios religiosos ni santa sepultura. No habrá pira ni responso. No habrá, claro, un instante antes de morir, una piadosa extremaunción.
El día que muera, no quedará rastro de mí sobre la tierra, ni en los libros, ni en la mente de algún hombre. La mujer que amo seguirá haciendo el amor con el hombre que ama, sin pensar en mi, ni un segundo.
Como mi propia existencia, mi materia se irá consumiendo despacio, entre gusanos y moscas revoloteando. Los aromas llegarán a la calle, pero nadie prestará mayor atención. Lo adjudicarán a los caños subterráneos, a la basura o quién sabe. La ciudad huele a podrido de todas formas.
Después, pasarán los días, y en algún lugar de la casa, quedará una mancha donde antes estuvo mi cuerpo. Pasarán los años, y probablemente, alguien reparará en la casa vacía. La tomará para sí, la limpiará de sombras, la pintará, la llenará de buenos aromas, y no se preguntará demasiado sobre sus habitantes pasados.

Imagen: Robert Motherwell - In Plato´s cave

viernes, 24 de septiembre de 2010

Distancias (III)


Mi cuerpo es un bote, una tosca madera que flota a la deriva, mis brazos son los remos, que vanamente luchan contra el viento. El viento es mi enemigo declarado, siempre lo fue, todos mis enemigos conjurados.
Mis ojos, huecos sin fin, infructuosos, que nada pueden inferir de la infinita sombra que me cubre. Todo lo presiento, ando a tientas. La sombra es lo que existe, lo que resiste en la luz es el mero recuerdo, revolviéndose como un endemoniado. Atado. Un manojo de imágenes, en los bordes imprecisos, que giran a la velocidad de la luz, lo que fue luz.
Siento el agua debajo de mi-yo-bote-madera, siento la madera que chapotea en el agua, mar o río, lago, arroyo, o diluvio apocalíptico. Agua que no ahoga, pero aire que asfixia.  
No voy a llegar a ninguna parte. No hay luz, no hay horizonte. Una plaga de gemidos viene del norte, un aleteo de alas, del sur. En mi boca llevo el sabor del desprecio, en mis espaldas, sacos de intrascendencia.
Voy por la oscuridad, hacia la oscuridad, Vengo de la oscuridad.

Imagen: K. Malevich - Black Square on a White Ground 

martes, 21 de septiembre de 2010

Obsesión


No quiero dejar de volar, aunque me aterran los vaivenes. No quiero dejar de mirarte desde esta altura que me otorga una ventaja nada despreciable: puedo verte desde toda perspectiva, percibir cada defecto, o cada mínimo detalle de belleza.
Puedo sentir, además, otra dimensión de mi, oscura, aunque desde abajo, vos te empeñes en humillarme, en refregarme limitaciones, en decir, que la superioridad no pasa por volar, sino en arrastrarse con delicadeza y perspicacia. Puedo todo y puedo nada.
Advierto que me encanta volar, estar así, suspendido en el aire, flojo como un pájaro que se deja llevar por el viento, como un náufrago resignado, y aun a sabiendas de que no puedo disfrutar de mis vuelos rasantes junto al mar, de mis deslizamientos suaves por sobre los valles iluminados de color, y verde, de mis vertiginosos descensos a los lugares donde ningún hombre llega. Aun a sabiendas, digo, de que vuelo sólo para verte, para verte y nunca tenerte.
Para eso vuelo y no para otra cosa. El amor te vuelve un pájaro obstinado.

Imagen: René Magritte - El castillo en los pirineos

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ruinas


Sobre las ruinas de este amor, construiré mi iglesia. Sin dios ni dioses. Sin ángeles, sin fe, siquiera. Una iglesia para adorar lo que fue, lo que no fue o lo que pudo haber sido, lo que nunca será.
¿Para qué sirve una iglesia si no es para imaginar lo invisible para siempre a nuestros ojos?
Sobre las ruinas de este amor pasaré noches en vigilia, velaré cuerpo presente y me arrastraré para sangrar la angustia de los años.
Esperaré la salida del sol para enroscarme en un nido de implacable oscuridad. Y enroscado, soñar. Que no haya otro suspiro más que el sueño. Que el sueño sea mi vida casta y consagrada.
Sobre las ruinas de este amor levantaré mi iglesia y mi sepulcro. Perpetuo silencio reservado a la piedra. El sonido de los pasos, la lastimosa respiración, el tintineo de la plata. La compasión, de nadie. La extinción de la vela, de la última llama que me sostiene en una luz improbable. Un reloj.
Sobre esas ruinas nunca derruidas, erigiré un templo, para conservar fresco el destino de mis huesos.

Imagen: Caspar Friedrich - La abadía en el robledal

martes, 7 de septiembre de 2010

Muerte (III)


Hace un larguísimo invierno que mi única forma de estar es "sin vos". Una existencia invernal marcada por la soledad.
Haciendo un racconto, no conozco otra forma de vivir o de estar muerto, que no sea atravesada por el río de la ausencia. Extraña ausencia jamás enfrentada a una presencia.
¿Quién dijo que el infierno precisa de tormentos materiales, de máquinas empíricamente probadas, autorizadas por dios y por el diablo?
El infierno puede ser, y yo digo que es, en términos semióticos, la carencia absoluta, el objeto del deseo en grado cero, inalcanzable, improbable, por no sentenciar, objeto desde el origen, inexistente. 
Al condenado no se le otorga, siquiera, el beneficio de la lucha, sino la inmovilidad. No hay obstáculos que vencer, no hay antihéroes, no hay umbrales. No hay luz al final del túnel. Las distancias son in (con) mensurables.  
Los días que se suceden son la confirmación de la desposesión, de las manos huecas, y de la boca, con una sed que no saciará ninguna lluvia. No hay forma de explicar lo que no se tiene y nunca se tuvo. No se extraña. No se tiene. No se dice.
Los hombres viven enunciando necesidades, necesidades alimenticias, necesidades tecnológicas, necesidades afectivas. Yo no puedo afirmar mi necesidad, sino la eterna ausencia de vos, y las ruinas de mi, cada vez más ruinas, cada vez más espacio vacío, en el cual pasaré de carecer de lo que deseo a carecer de mi mismo. A no sentirme. A no tenerme. A no ser consciente de mi "estar muerto" sin lo que se ansía.

Imagen: Helmut Ditsch - Point of no return II 

jueves, 2 de septiembre de 2010

Dormir


A la mañana el sol me quema los ojos y me derrite el corazón, por eso, hago mucha fuerza, pero mucha, para volver a dormirme. Cuando digo que me derrite el corazón, quiero decir, que el sol me desarma todas las ganas de vivir o estar despierto.
Y si no me duermo, la cabeza se me pone a retumbar como sí fuese un gran tambor, en el que las manos de los hombres y mujeres del mundo, golpean sin compasión.
A la mañana, preferiría estar muerto, y es por eso, por ese sentimiento de vacío insondable, que te comprendo. Es por eso que comprendo tus insomnios. En el fondo ha de ser que hacés méritos y esfuerzos para no dormirte, de noche, que es cuando los enamorados o los alienados viven de una forma apoteótica.
Yo sé que de noche triunfan los héroes, hurgando dificultosamente en la maraña oscura. De noche, entran en la ciudad deseada, llevando candiles en la mano y fuego en la carne, y caminando muy quedito, para que los que duermen, no despierten, y no provoquen tal revuelo que los planes se frustren. De noche conquista el enamorado la voluntad de la amada. De noche, escriben los locos y se suicidan los perdidos.
De noche canta el mar, de una forma inexplicable pero preciosa. Y el viento acaricia, de noche, a los gatos que miran la luna desde el techo.
Por todo eso, me niego a la mañana, me resisto a dormirme de noche. Pero el sueño viene y me doblega, es un traidor.
Siento un inmenso fracaso por tener que vivir de día, donde, por el contrario de lo que se cree, la luz sólo logra hacer de cortina espuria para ocultar la hipocresía, la mentira y todas las aberraciones. Por eso, hago mucha fuerza, mucha, para volver a dormirme.

Imagen: Edward Hooper - Morning in a city

jueves, 26 de agosto de 2010

Insomnio


En tus noches de insomnio, que por tus cartas son las más, yo sería la silla que te soporta, o la que te mantiene despierta, para sentir que estás viva.
Sería una silla, seguro, porque en ella transcurre tu insomnio.
O la silla que te descansa los pies, para que las venas no revienten de furia y la sangre no se salga de su cauce normal, y rojo.
O la silla que sostiene los libros, para nada y para siempre. Líneas muertas, encapsuladas. Nadie sabe si resucitarán, o irán al fuego eterno. Quién sabe si alguien, piensa en ellas
La silla en el balcón que retiene un instante muy tuyo, bajo la lluvia, congelada en otra noche de insomnio. La forma del recuerdo desdibujada por la lluvia y las horas.
En tus noches de insomnio, que se multiplican como los malos pensamientos o los trágicos presagios, yo sería la silla que te abraza, mientras vos no reparás en la silla y un fuego te abrasa.
O la silla, sobre la que el perro espera un gesto, una mirada, una orden tuya que le indique que ahora sí, puede acercarse a lamerte los pies que reposan en una silla, moviendo la cola como loco.

Imagen: Vincent Van Gogh - La silla de Van Gogh

sábado, 21 de agosto de 2010

En lo profundo


Me arrojé a las marrones aguas del río, desde lo más alto del puente. No sé cómo pude hacerlo ni reconozco ese puente. De noche, las aguas son negras y mucho más profundas. De noche me arrojé. Pero sumido en lo hondo, el agua era como un cristal infinito, blando y fresco.
No necesito hacer ningún esfuerzo para respirar, me siento cómodo en estas aguas. Sé que muchas veces pergeño el suicidio pero sé también que, atreverse es algo diferente. Soy consciente del temor que me produce la muerte.
De manera que no me reconozco, yo tampoco.    
Puedo andar libremente en este río. Las aguas son más claras que un mar de lágrimas. Hay una aglomeración de almas en lo profundo. Es como estar nadando en un cielo lleno de estrellas.
No puedo saber desde cuanto estoy sin respirar, sin comer, sin llorar. Por mi cabeza pasan miles de cosas. Pasás vos y todas las mujeres que amé, pero no puedo retener los rostros. Ni bien puedo retener algún rasgo se me borra otro. Nunca tengo algo completo. Es como tener el olor, sé de quien se trata pero no puedo verlo.
Pienso en las calles de mi ciudad pero son tan diferentes que me parecen que una ciudad así, no podría existir. Pienso en la oficina pero parece otra oficina. No sé por qué se me ocurre que es la oficina del enterrador.
Hay canciones en la atmósfera de agua, pero ninguna melodía me es familiar. Es decir, las reconozco a todas, pero no recuerdo sus nombres.
Pienso en mis años. Ni siquiera puedo recordar mi cara, aunque sé, que alguna vez fui niño, alguna vez adolescente y que hoy, debo ser un hombre serio y asentado, que sin embargo, se arrojó desde el puente a las marrones aguas del río, que de noche parecen negras pero fácticamente, son cristalinas, blandas y frescas.
Lo único que recordé, difusamente, fueron unos versos desordenados de Bukowski. Entendí a Bukowski sobre la imposibilidad de los hombres de imaginarse muertos. Entendí a Bukowski, que entendió a Saroyan, que entendió a Fausto, que entendió a Prometeo. Entendí, creo, a todos los hombres que alguna vez inventaron un dios.

martes, 17 de agosto de 2010

Muerte (II)


Me gusta pensar que la muerte es simplemente un paso. Quizá, el paso de un estado a otro. Pero lo que más me gusta creer es que abandonamos un cuerpo y ocupamos otro. Siempre intenté convencerme de que la muerte como desaparición era una farsa, convencerme de que no podía existir un estado definitivo en el cual "yo" ya no sea nada, ni para mi ni para nadie.
Asi es que, a los seis años cuando le pregunte a mi mamá si alguna vez yo también me moriría, y ella contestó, supongo que sudando todas sus tristezas, que si, me puse a llorar como loco y anduve muchos días, sin pensar en otra cosa que no sea mi propia muerte.
Imaginar que al morirme iré a entrar en otro cuerpo es, ciertamente, algo que puede sonar muy divertido, pero el problema es que, como creencia tiene sus falencias. En principio, porque tendría que ir a ocupar un cuerpo ya ocupado, o sino estarme esperando a ver cual es el cuerpo que va a nacer y que me vaya a tocar en la repartija. Pero de todas formas, "creer" no admite refutaciones filosóficas o científicas. Uno simplemente cree, porque sí.
Por eso sigo pensando, yo también, que morirme sólo será un trámite en el que dejaré un cuerpo para ocupar otro y al morirse ese cuerpo otra vez, y así hasta el infinito. Me resulta inadmisible la muerte absoluta. Por eso ha de ser que me inventé esa fe.
Me aterra, eso si, pensar que mañana podría caminar con el cuerpo de un asesino o un pedófilo. El cuerpo del dictador más sangriento. Entonces, es cuando mis creencias se pelean con mis sueños, y sólo quiero dejar de pensar.

martes, 10 de agosto de 2010

Muerte (I)



Juego con la muerte. Me gusta andar por su superficie áspera, igual que cuando se camina por la cuerda. Me gusta divertirme con su nombre, aunque en el fondo del pasillo, "algo" se revuelve, inquieto.
Hablo de la muerte y creo hablar con ella, como si se tratase de una mujer muy oscura e importante.
Me fascina imaginarme muerto. Imaginar mi muerte, heroica o terrible. Imaginarte llorando a mares sobre mi cadáver incorrompible y radiante.
Imaginar que te reprochás cada uno de los desprecios que me prodigaste y cada paso que diste para alejarte de mi, cuando estaba vivo.
Me gusta, de alguna manera, creer que desde adentro de mi cuerpo, plastificado, te veo, te miro, te disfruto con ojos de despecho. Que en esa caja negra, nadie percibe que yo estoy viendo.
Me complace sentir que no podés dormir por las noches, temiendo que yo venga a abrazarte los pies. Y sudás, llorás, temblás.
Me gusta, pero pienso que esta muerte es tan inútil, y no imagino como podría salir desde mis adentros para ir a gritarte que yo soy el hombre de tu vida.

Imagen: H. Wallis . La muerte de Chatterton

martes, 3 de agosto de 2010

Lejos


Los que "me quieren" me llevaron a un lugar muy lejano y aislado, y con eso pretenden que las penas del amor se disuelven, quién sabe en que ácido de los días y los espacios.
Tengo para mi, que nada que me aleje de lo que amo, me quitará de la cabeza las imágenes del pasado, ni de la piel, los escalofríos del deseo, ni del corazón (por decirlo de alguna forma concreta), el "fuego fatuo".
Tengo para mi, que este lugar vacío y silencioso, sólo me provoca desesperación, y en lo único que pienso es en volver o colgarme de algún árbol. Sólo a un tarado puede ocurrírsele que yéndose uno desaparecen las miserias. Y ya que mi miseria está en mi y no en lo que amo, podría estar en cualquier punto del universo, que nada se modificaría.
Dicen los que "me quieren" que, en contacto directo con la naturaleza, podré reencontrarme conmigo mismo y con mi alegría de antaño. Y sin embargo, no soy de los que hablan con los árboles, o tocan su guitarrita debajo de uno de ellos llorando penas, no soy de esos que se sientan al borde del riacho que pasa por acá y ven, reflejado en el agua, el rostro de la amada, no soy de esos que ven en este cielo tan límpido, las señales de un destino precioso.
Esta naturaleza, esta relación forzada, sólo me está provocando repulsión. No sé cuantos días más soportaré este encierro y saldré, desnudo a la calle, a buscar el lugar que se me concedió para sufrir como dios manda.

viernes, 23 de julio de 2010

Distancias (II)


Cuando cayó la noche el río se hizo eterno.
La tierra que piso es una islita, y en la dirección que quiera moverme, me hundo en charcos playos. Después, los charcos se vuelven profundos. Así que no tengo más alternativa que regresar a mi islita, que no sé por qué cuestión, permanece imperturbable ante la voluptuosidad del agua.
Hay un olor de río, de pescado podrido, de barro. Un zumbido del viento que viene de todas partes. Tengo una voz inmemorial que me repite, que del otro lado del río, estás vos. Vos, o sea lo que quiero.
No recuerdo muy bien este lugar ni este tiempo. Aunque la islita es donde yo debo estar, confinado y silencioso. Resignado. Atravesar el río tiene sus riesgos. El río es profundo y está lleno de monstruos.
Dicen que salir de la isla es para pocos. Dicen que vos estás en otra isla. Dicen, los susurros del río, que millones de islas andan por ahí. Y hombrecitos muy quietos, hablan quedito con su sombras.
Adoro esta isla que me tocó en suerte, pero quisiera que fuese más grande. Para que sea más grande tengo que conseguir que la distancia, que me une a vos, desaparezca. Llegar hasta tu isla.
Pero cuando cayó la noche, el río se hizo eterno...

miércoles, 21 de julio de 2010

Los atardeceres

No resucito al atardecer. Es una hora que me gusta (esperarla), pero estoy como muerto. Una especie de sopor transita mi cabeza y quedo tieso, mirando las cosas que pasan frente a mi. No pienso, ahora que lo pienso. Aunque ella dice que nadie puede estar sin pensar.
Al atardecer contemplo como transcurre el mundo. Lo estoy diciendo ahora, desde afuera, porque sé, que en ese instante en que contemplo, no soy conciente de qué ni de cómo contemplo. Ni siquiera, soy conciente de que contemplo. Es una forma de contemplar absolutamente blanca, o transparente. No evalúo ni dimensiono las cosas que suceden.
Al atardecer me dejo llevar. Hay una droga, un aroma, un sonido. Pero están ahi, sin poder "ser percibidos" como tales. Simplemente están, y yo estoy. No me percibo, tampoco.
Supongo que en el fondo, lo que quisiera es estar así para siempre. Que nada externo me vulnere. Que la contemplación sea sólo eso, sin necesidad de digerir, de interpretar, de hipotetizar.
No creo que la muerte sea un estado muy diferente a ese "estar durante el atardecer", enajenado, abstraido. Los muertos no han de sentir el dolor. El dolor siempre está del otro lado del muro, de la piedra.
Cuando llega la noche, las cosas se trastocan. Empieza el ruido, y uno, sólo empieza a preparar su día de mañana. Y en cada casa pasa lo mismo. Excepto en las casas de los muertos, donde los atardeceres son eternos.

lunes, 19 de julio de 2010

Distancias (I)



Sueño, recurrentemente, con una distancia. Lo cual es "extraño", y sin embargo, lo que nos une. Es extraño, porque es imposible ilustrar las distancias. Doblemente extraño, considerando, que es lo único que tenemos en "común".
Sueño con un camino lleno de monstruos y tormentas. Un desierto que abunda en trampas naturales y precipicios artificiales. Las noches, peladas de frío. Todo eso es la distancia.
Pero se insiste en que nadie puede dimensionar la distancia, darle una forma, explicarla, sino acercándose al "objeto" del deseo. En esos sueños de distancias, jamás se tiene el "objeto". Si uno mira bien, todos los sueños del mundo han de ser sobre distancias.
Recuerdo, por ejemplo, los sueños infantiles de cumpleaños. Recuerdo el exacto momento en que iba a darle el mordisco al sandwich de miga, y el sueño se interrumpía abruptamente. Así que me despertaba con el sabor amargo de la distancia entre mi boca, mi sentido del gusto y el sandwich onírico.
Sueño con pájaros que me acercan y vientos que me alejan. Arenas metiéndose en los ojos. Una oscuridad definitiva, y sin embargo, la luz.
Sueño con tu pueblo, perdido, con tu aroma, con tu río. Se presume un río. Sueño que he de estar muy cerca, y la distancia, ya no es tal.
Sueño, de repente, que estoy frente a vos. Que no puedo articular palabra en el escenario de mi sueño. Una nueva distancia, quizá, más profunda.
Sueño que me mirás como a un bicho raro. Que tu amor no es tan difícil, pero se resiste. Tal vez, sólo sea un asunto de caprichos.
Sueño con un campo infinito de narcisos, amarillo y espumoso. Sueño con tu sonrisa y tu lágrima, que, inevitablemente, se desdibujan.
Sueño que me sigue faltando la palabra...

jueves, 15 de julio de 2010

De las flores


Le dí las flores, los hombres de su tiempo se rieron con sorna. La devaluación de las flores es una secuela triste que sigue a la desaparición de la estirpe caballera. Se sabe que, en los tiempos de la máquina, un caballero despojado, pasa por loco o payaso.
Le dí flores, y ella me miró, anonadada, mientras un coro de risas estallaba, ordinaria y disonante.
Es el tiempo de la "seducción continua". Los botones excitan el ánimo. Una máquina pasa de un botón a cien, y de cien a uno. Nada se queda quieto. Todo es vértigo. Como si el movimiento pudiese conjurar la soledad. Estar pegado al otro, comunicado, saber dónde está, qué está haciendo. Una comunidad infinita de islas que intentan acercarse, mutuamente, pero no para "saber del otro" o "dar", sino porque ese "saber del otro" me "da" la presunta tranquilidad de no estar solo, la obsesiva "neutralización" de la inseguridad física, el mal mental de la era de la máquina.
Las flores eran para el "otro". Las maquinitas nos proveen el control de nuestro vacío infinito, el control de nuestras distancias insalvables. Nosotros inducimos, futilmente, sobre las distancias, y con botones pretendemos que ya no estamos solos, ni lejos. Pero las islas están huecas, y debajo, ni siquiera está el mar. Sino el monstruo implacable al cual alimentamos con migas de un pan duro y enmohecido.
Las flores causan risa, porque no tienen el imán del metal, o el poder hipnótico del botón que me lleva de una puerta a la otra, de una isla a la otra. Puertas sin nada detrás, islas desiertas para siempre.

Imagen: La lección de música  - Johannes Vermeer

lunes, 12 de julio de 2010

Discurso inaugural


Estoy parado sobre la piedra. Calculo que la piedra podría ser yo. Desde la piedra puedo ver demasiado, pero lo que veo está atrás. Nada que vaya hacia adelante puedo percibir, y si algo existe en el futuro, ya está escrito en el pasado.
Gozo de una absurda libertad, porque, repito, desde esta piedra puedo mirarlo todo como si fuese un dios. Pero en absoluto puedo "concebir", lo que vaya "a suceder", si no es atado a la que "ya fue".
Fragmentos dispersos de experiencia se atraviesan en ese mar inconmesurable e inasible. Cosas que alguna vez "fueron", pero que retornan ahora de una manera "difusa", "desdibujadas". Puedo mitificarme o degradarme, pero nada es lo que fue en la exacta parcela de "tiempo" en que ocurrió. En el punto.
Hay una frontera, una línea. Es la piedra. Magnética y empíricamente, la piedra dirige mi existencia hacia atrás. Ya no puedo avanzar, sino que desando. Puntas lacerantes de otras piedras, me amenazan, nubes que se amontonan sin explicación. La niebla me ciega.
Es un instante donde el camino se queda sin argumentos. No hay curvas, no hay bifurcaciones. Sólo se puede avanzar retrocediendo. Sólo tengo la piedra, y un camino que no transcurre. Trozos indefinidos se acumulan o se superponen.
Si quisiera lanzarme al mar que tengo enfrente, me arrojaría a un caos terrible de sucesos inciertos. Pero aún tengo la piedra.

Imagen: "Caminante ante un mar de niebla" . Caspar Friedrich