jueves, 1 de agosto de 2013

Ensimismarme




Quería que llueva, que no dejara de llover, que no terminasen jamás estos días tan grises tan fríos. Quedarme demorado en mi soledad de frazadas, acurrucado tibiamente en los artificios de la vida burguesa. Los perezosos ensueños, el caos de libros y cuadernos, un lápiz, las pantuflas azules, el sopor de las siestas, el agua en la chapa.
En las costas del Paraná, los chicos descalzos y tatuados de escalofríos y moco sacaban los muebles desflecados de sus ranchos, los perros empapados hasta el hueso, sus juguetes, tristes y sin miembros condenados a un destino de barro.

miércoles, 26 de junio de 2013

Abismal


Nadie comprende el sueño perturbador que sueña el otro. Nadie consuela. Nadie jamás se lo plantea sino a la distancia, cuando el sueño ya es apenas un eco imperceptible, una cicatriz.
Quien sueña el sueño, por otra parte, no puede contarlo en el abismo de la noche. Es como si la garganta estuviese rodeada de estacas puntiagudas, que al menor movimiento la atraviesan. O la boca la boca, sellada a plomo.
La pesadilla nunca termina al abrir los ojos. Es insistente. Trasciende incluso la mirada y se apodera de otras  regiones del cuerpo, de otros sentidos. La parálisis, la acritud, lo borroso, el hormigueo anestésico de alguna extremidad, el desconsuelo en el pecho.
El cuerpo aísla el estrépito del sueño, por eso quien duerme a nuestro lado no repara, apenas se mosquea, gira y sigue durmiendo, con la sensación, quizás, de que un pájaro ha graznado de modo insólito, o quién sabe sino arrastrado por la turbación de su propio sueño, mientras aguarda un brazo que lo rodee y le de sosiego.

jueves, 4 de abril de 2013

Sutil fragilidad


Quién dijo que volverán las golondrinas, las estridentes o las oscuras. El tiempo de las cerezas, pulposas y rojas. Qué insomne podría jurar en su travesía de sombras, que regresará el sol con su luz y el alboroto de la mañana. O qué obrero fatigado, la luna y las estrellas, y el descanso que tanto ansía, o los tibios brazos de la esposa.
Qué número da por descontada la continuidad de las olas, o la persistencia de los ríos.  Cuál es el fenómeno que asegura las nubes o las lluvias. Qué anillo, qué altar o que rúbrica, la vida eterna del amor. Dónde está el libro que garantiza el frío de invierno o el calor de verano. O a ellos mismos.
Como si lo dado por hecho ya estuviese escrito, y lo escrito destinado a cumplirse sin mancha, y no se percibiese final en el transcurso de todas las cosas.

martes, 26 de febrero de 2013

La disyuntiva


Todo es un poco igual de alguna forma, un insoportable o agobiante magma, un remolino que arrasa porquería y cosa buena. Y así, duele lo que se calla, por piedad o mala intención, y lo que se dice, por ansiedad o verborragia imparable. Y duele lo que se muestra y lo que se oculta con descaro. Duele lo sucio o lo limpio, las rigideces morales que se estiran como chicle. Se condena al otro y se compadece lo propio. Duele la verdad y duele la mentira. Y la verdad que se torna mentira y la mentira que se revela, y entonces ya es verdad. Y también las verdades dichas con mentiras o al revés, y las dichas a medias. Se sincera y se miente en dosis convenientes.
Y todo duele, eso parece, cuando implica NO. No hay forma de que no duela, eso parece, insisto, cuando se intenta deshacer aquello que da seguridad: "es la costumbre, la costumbre". Cuánta costumbre es necesaria para adormecer a un hombre, para anestesiarlo y que sólo lo arranque de su limbo un lígero cambio, que no afectará el transcurrir del mundo, ni aplacará el hambre de nadie ni la sed ni el dolor, y sin embargo, es ahora la tragedia de su vida.

lunes, 11 de febrero de 2013

Condenado


Está, aquello que se planifica demasiado y que de tan manoseado, se corrompe. Lo que se prepara con excesiva meticulosidad y que por mirada de personas interpósitas, acaba pudriéndose en la cloaca de las malas intenciones y deseos.
Está lo que se sueña eternas noches de insomnio y que, cuando llega, ya está frustrado y perdió pureza y fuerza. En vano la voluntad de enderezar lo que se dobla al fuego de la envidia o el despecho. El odio trabaja sin sutileza ni escrúpulos.
Está lo que atrae los incontables ojos envenenados. Lo bello siempre provoca, pero un acto de amor termina contagiándose la pus y la inquina.
Están las inquisidoras manos detrás del goce, de ahí que la mentira y el ocultamiento se transformen en escudo precioso.