martes, 27 de diciembre de 2011

Abismo



Alrededor del abismo. Caminando, arrastrando los pies. El vértigo, el infinito negro que se devora la inútil hipótesis o la mínima ilusión.
Alrededor del abismo. Girando, la fantasía inmemorial del círculo. Los círculos. El constante retorno, al principio y al fin.
Alrededor del abismo en cuyas fauces no hay principio ni fin. Hay nada: NADA. Lo que no puede decirse, ni siquiera figurarse, imaginarse. NADA. Dios puede llamarse nada y viceversa.
Sé que estoy, desde el instante mismo en que fuí arrojado, como una lanza, como una piedra o como un escupitajo, todo el tiempo, rondando el abismo, surcando, sudando sobre una cornisa interminable
Alrededor del abismo, en los bordes mismos. En la inseguridad que late como una bomba a punto de estallar, también en el mínimo goce. El mínimo goce, abajo NADA.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Techos


En esta noche larga alguien no duerme. Alguien que vela por mí o que vela a su muerto. Un hombre atravesado por la daga de la enfermedad, una mujer que espera a su amado, rota por la certeza del engaño. Hermanos pequeños con el vientre vacío y delirante. Borrachos que deambulan o putas que pelean sus mendrugos.
Y casi como si fuese una norma de equilibrio universal, por todos los que dormimos otros tantos no duermen, y por todos los que reposan su cuerpo otros tantos se retuercen sobre sí, y por los que sueñan sin riesgo, ejércitos de insomnes se lavan inútilmente las heridas que vuelven a sangrar.
Ciertas líneas de pensamiento nos han enseñado a buscar desesperadamente el techo, el techo propio bajo el cual dormir. Algunas constituciones nacionales garantizan un techo que sin embargo no ocurre sino apenas en páginas inútiles. Tenemos techo y nos olvidamos del mundo, dormimos. Kafka nos habla de "lecho seguro", mientras la vida sigue ocurriendo afuera, insomnes de dolor o hambre. Pero es probable que los doloridos de hoy sean, los que mañana omitan a otros doloridos.
Nada es un mundo ni un continente. Todo es isla, una plaga de techitos, y en los contornos, llanto y heridas. Y cada uno, se lame como puede.

Imagen: Anna Morosini

jueves, 17 de noviembre de 2011

La tristeza


Esta (la) tristeza no se declama, no se expone, no se desnuda. Tengo boca y no puedo gritar. La tristeza se acepta, se lleva, como el cuchillo en las tripas o el veneno de la serpiente en las sangre, hasta que supura o te mata. La amargura es un sabor redundante que trasciende el paladar.
Nadie, ningún héroe, ningún mesías, inflige un tajo y extirpa la tristeza, como si de un tumor maligno se tratase. La tristeza insiste de forma férrea. Lucha, al fin y al cabo, contra nuestra pobre voluntad de expulsarla.
Pero la tristeza termina, pasa, igual que pasan las nubes, las lluvias o los días. O se queda, la tristeza, nieve eterna. Eso inferimos, porque la eternidad no puede ir más allá de nuestra propia finitud.
Y cuando la tristeza no pasa, persiste, tarde o temprano, el viento atroz de la muerte la arrastra, y arrastra mucho más que la tristeza.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Después


La desnudez es el instante sublime, la ráfaga siempre fugaz. Después, todo es mero descenso, una frenética caída a revuelco entre piedra y espina. El cuerpo dolorido de un dolor indefinible. Las huellas de la caricia que se borran. El beso exhausto, la mano profunda, disolviéndose en el ácido del sinsentido.
Un rio que baja, imparable, de lo que antes fue montaña, vuelo, cielo. La desintegración del goce en el amargo paladeo de lo perdido, de lo jamás tenido, de lo improbable. Ese espacio fronterizo entre la vigilia y el sueño que nunca se concreta, que nunca seré asequible a mi razón.
Si la desnudez fue sueño, y lo que sigue, lo espeso, lo pastoso de la derrota es real, o viceversa. O si todo es una masa informe que nos contiene y nos condena a la anonimia.

viernes, 21 de octubre de 2011

Preámbulo del cansancio


Tal como se acepta la ignominiosa derrota, se comprende, o digo, empiezo a comprender la pulsión de los años o la inminencia del vacío. Vastas nubes de muerte, manchas informes, invaden mi cuerpo, o invaden esa cosa impalpable que se siente como una bolsa de aire en el pecho, devastan los espacios de luz, arrasan, dejan, igual que tornados, desolaciones insondables. Daños irreparables.
Empiezo a estar cansado de un cansancio que abruma. Los ojos se cierran. La muerte nunca es repentina, sino un proceso. No es la vida, sino la muerte lo que transcurre. Es la muerte lo que empieza desde que soy parido. La vida en sí, es una paradoja, ya que nunca estamos vivos del todo sino algo muertos, muy muertos o muertos.
Está el golpe final, el hachazo. Pero entretanto lo que crece es la desesperación, porque no vas a poder leer los libros de tu biblioteca ni conocer las ciudades que soñabas.
Las nubes se ven o no, pero siempre están por ahí, como mariposas, haciendo de cronómetro histérico. La arena que cae somos nosotros. Las mariposas andan por ahí, hasta que se posan definitivamente y después, nada. Pero nada.

martes, 11 de octubre de 2011

Huérfanos


Jade es la espina que atraviesa mi pecho. La herida es la orfandad en la que vivo, ahora y para siempre. En la grisura fría e insensible de la ciudad todos me miran con lástima. Pero esa lástima o el dolor que podrían llegar a sentir, es simplemente el horror a estar en mi cuerpo. A que el desamparo, como una sombra eterna los cubra y que la amargura sea el lento reloj de sus días.
Yo no puedo sentir lástima por mí mismo, pero la siento por todos los que me miran como si, el azaroso roce del dolor jamás pudiese alcanzarlos. Es, en el fondo, la nube de miseria en la que viven encerrados. Un miserable jamás podrá salir de su “cajita de cristal”, pero la muerte si, puede colarse en ella, ahora o mañana.
El dolor me ciega, es verdad. Y no puedo esperar esa ráfaga de luz que entre a este cuarto tan oscuro y me lleve, como si de una alfombra voladora o una escoba de bruja se tratase. Estoy roto, porque la piel, la increíble y suave piel de Jade está rasgada y nadie sabe como se hace, para cicatrizar la herida que viene desde lo profundo, desde el origen.
Más que nunca pienso en aquél que dijo que somos “seres arrojados”, el que vislumbró que la orfandad es el estado natural, y que algunos podemos engañarnos ignominiosamente pensando que, amontonando porquerías en una biblioteca o en un garage, estamos protegidos.
De qué? Tarde o temprano, no habrá rayo de luz que ilumine tu camino. Sólo que a veces preferimos que las cosas sucedan un poco más tarde.

Imagen: Cecil Beaton

viernes, 16 de septiembre de 2011

Tango


Una línea de amargura me atravesó, de cabo a rabo, hasta las uñas y hasta el suspiro. Las imágenes, atropellándose unas contra otras. El extrañamiento. Nada estalló, apenas un suave estupor, indescifrable, al principio. Un estupor forjando laberintos adentro, senderos confusos yendo y viniendo.
Pero un escalofrío en los dientes, doloroso, irrumpió, insistió en una parálisis de incomprensión. Implacable en el látigo sutil que escarba en la materia y urde metástasis, lentamente, fogoneado por la mano de la incertidumbre, hasta dejar bien sentado el vacío insondable.

Imagen: Jason Shawn Alexander

jueves, 27 de enero de 2011

Piedras


Un buen día, de repente, en un horario preciso de la tarde, todo el peso del mundo, o sea, la "realidad real", cae sobre mi, me aplasta y me sume en un pozo negro en el cual, ninguna luz entra.
La certeza de la muerte, la sombra del dolor, la distancia irreducible, la ausencia, el insondable vacío original, el fantasma palpitante de la enfermedad, la lentitud de las horas, o su velocidad, la duda eterna.
Todo el peso del mundo sobre mi. Y no sé si puedo seguir caminando.

Imagen: Grete Stern

lunes, 17 de enero de 2011

Vacío


Hoy me siento un poco más vacío. Muy vacío. Vacío. Como si el dolor hubiese arrancado de mí, toda tripa, todo órgano, toda sustancia de peso.
Hoy me siento liviano, lo cual no cambia nada, ni siquiera, significa que me sienta bien. Apenas estoy. Apenas me sostengo, como una planta de tallo finísimo movida por el viento.
De alguna manera, floto. Pero no es una apoteosis.
Puede que implique que el dolor se termina alguna vez, como todo se termina. Pero puede, también, que de tan inmenso dolor, de un hombre sólo sobreviva una sombra. Una sombra escuálida y abúlica.
Tal vez, el dolor no sea en vano.

Imagen: Robert Cook 

miércoles, 12 de enero de 2011

Grises


La luz del sol me rompe. Me inunda los ojos con un dolor indescriptible. Quizá, sea yo, otro lector de sueños arrojado en un mundo que desconozco, pero que es, absolutamente mío.
La luz del sol me enrojece los ojos hasta la sangre.
Detrás de los días grises, sin embargo, se esconde una escalofriante fascinación, que comparto con otros seres solitarios como islas. Islas invisibles, que en ocasiones deambulan, cuando todos duermen o se protegen del frío y de la lluvia.  
El drama de las islas es que jamás dejan de ser islas. No sueñan con levantar banderas comunes o defender una causa. Cada isla lleva su color, bien marcado y diferente.
Los días grises y de llovizna, son para las islas solitarias, la apoteosis.
La luz del sol me rompe. La luz del sol me enerva. La luz del sol me pone triste. Y eso le pasa a todas las islas del mundo. Las islas son como los lectores de sueños, o como los seres solitarios.
Cuando el sol brilla con una fuerza del infierno, continentes de hombres y mujeres salen a las calles y a las plazas y a las playas, como si se tratase de una revolución. Los colores entran en fusión, los olores se confunden y apestan y las voces conforman una bola de ruido insoportable.
Entonces me repliego, hasta que las nubes espantan a las masas jocosas, y a la violenta luz del sol, que me rompe. Me hago ovillo hasta que los días grises vuelven.

Imagen: Erica Hopper

miércoles, 5 de enero de 2011

Paseo


Moverse, dejarse llevar por un aroma. Irse sin rumbo ni fin. Sentir las hojas secas que se rompen debajo de los pies. Modificar el paso. Largos, cortos, dar saltitos ridículos.
Mirar con ojos muertos las nubes que se amontonan y amenazan, o las que se esfuman dejando una extraña sensación de despojo.
Mirar con ojos muertos, los colores que nada modifican y nada dicen. Hundirse en el agua, girar las piedras en la mano. Desnudarse. Estarse desnudo sentado en una roca y sentir que el agua nos acaricia el sexo.
Buscar el motivo del rodeo, del proceso, de la mera circunstancia de estar. Buscar, sólo buscar, quizá, inutilmente...