miércoles, 26 de junio de 2013

Abismal


Nadie comprende el sueño perturbador que sueña el otro. Nadie consuela. Nadie jamás se lo plantea sino a la distancia, cuando el sueño ya es apenas un eco imperceptible, una cicatriz.
Quien sueña el sueño, por otra parte, no puede contarlo en el abismo de la noche. Es como si la garganta estuviese rodeada de estacas puntiagudas, que al menor movimiento la atraviesan. O la boca la boca, sellada a plomo.
La pesadilla nunca termina al abrir los ojos. Es insistente. Trasciende incluso la mirada y se apodera de otras  regiones del cuerpo, de otros sentidos. La parálisis, la acritud, lo borroso, el hormigueo anestésico de alguna extremidad, el desconsuelo en el pecho.
El cuerpo aísla el estrépito del sueño, por eso quien duerme a nuestro lado no repara, apenas se mosquea, gira y sigue durmiendo, con la sensación, quizás, de que un pájaro ha graznado de modo insólito, o quién sabe sino arrastrado por la turbación de su propio sueño, mientras aguarda un brazo que lo rodee y le de sosiego.