jueves, 26 de agosto de 2010

Insomnio


En tus noches de insomnio, que por tus cartas son las más, yo sería la silla que te soporta, o la que te mantiene despierta, para sentir que estás viva.
Sería una silla, seguro, porque en ella transcurre tu insomnio.
O la silla que te descansa los pies, para que las venas no revienten de furia y la sangre no se salga de su cauce normal, y rojo.
O la silla que sostiene los libros, para nada y para siempre. Líneas muertas, encapsuladas. Nadie sabe si resucitarán, o irán al fuego eterno. Quién sabe si alguien, piensa en ellas
La silla en el balcón que retiene un instante muy tuyo, bajo la lluvia, congelada en otra noche de insomnio. La forma del recuerdo desdibujada por la lluvia y las horas.
En tus noches de insomnio, que se multiplican como los malos pensamientos o los trágicos presagios, yo sería la silla que te abraza, mientras vos no reparás en la silla y un fuego te abrasa.
O la silla, sobre la que el perro espera un gesto, una mirada, una orden tuya que le indique que ahora sí, puede acercarse a lamerte los pies que reposan en una silla, moviendo la cola como loco.

Imagen: Vincent Van Gogh - La silla de Van Gogh

sábado, 21 de agosto de 2010

En lo profundo


Me arrojé a las marrones aguas del río, desde lo más alto del puente. No sé cómo pude hacerlo ni reconozco ese puente. De noche, las aguas son negras y mucho más profundas. De noche me arrojé. Pero sumido en lo hondo, el agua era como un cristal infinito, blando y fresco.
No necesito hacer ningún esfuerzo para respirar, me siento cómodo en estas aguas. Sé que muchas veces pergeño el suicidio pero sé también que, atreverse es algo diferente. Soy consciente del temor que me produce la muerte.
De manera que no me reconozco, yo tampoco.    
Puedo andar libremente en este río. Las aguas son más claras que un mar de lágrimas. Hay una aglomeración de almas en lo profundo. Es como estar nadando en un cielo lleno de estrellas.
No puedo saber desde cuanto estoy sin respirar, sin comer, sin llorar. Por mi cabeza pasan miles de cosas. Pasás vos y todas las mujeres que amé, pero no puedo retener los rostros. Ni bien puedo retener algún rasgo se me borra otro. Nunca tengo algo completo. Es como tener el olor, sé de quien se trata pero no puedo verlo.
Pienso en las calles de mi ciudad pero son tan diferentes que me parecen que una ciudad así, no podría existir. Pienso en la oficina pero parece otra oficina. No sé por qué se me ocurre que es la oficina del enterrador.
Hay canciones en la atmósfera de agua, pero ninguna melodía me es familiar. Es decir, las reconozco a todas, pero no recuerdo sus nombres.
Pienso en mis años. Ni siquiera puedo recordar mi cara, aunque sé, que alguna vez fui niño, alguna vez adolescente y que hoy, debo ser un hombre serio y asentado, que sin embargo, se arrojó desde el puente a las marrones aguas del río, que de noche parecen negras pero fácticamente, son cristalinas, blandas y frescas.
Lo único que recordé, difusamente, fueron unos versos desordenados de Bukowski. Entendí a Bukowski sobre la imposibilidad de los hombres de imaginarse muertos. Entendí a Bukowski, que entendió a Saroyan, que entendió a Fausto, que entendió a Prometeo. Entendí, creo, a todos los hombres que alguna vez inventaron un dios.

martes, 17 de agosto de 2010

Muerte (II)


Me gusta pensar que la muerte es simplemente un paso. Quizá, el paso de un estado a otro. Pero lo que más me gusta creer es que abandonamos un cuerpo y ocupamos otro. Siempre intenté convencerme de que la muerte como desaparición era una farsa, convencerme de que no podía existir un estado definitivo en el cual "yo" ya no sea nada, ni para mi ni para nadie.
Asi es que, a los seis años cuando le pregunte a mi mamá si alguna vez yo también me moriría, y ella contestó, supongo que sudando todas sus tristezas, que si, me puse a llorar como loco y anduve muchos días, sin pensar en otra cosa que no sea mi propia muerte.
Imaginar que al morirme iré a entrar en otro cuerpo es, ciertamente, algo que puede sonar muy divertido, pero el problema es que, como creencia tiene sus falencias. En principio, porque tendría que ir a ocupar un cuerpo ya ocupado, o sino estarme esperando a ver cual es el cuerpo que va a nacer y que me vaya a tocar en la repartija. Pero de todas formas, "creer" no admite refutaciones filosóficas o científicas. Uno simplemente cree, porque sí.
Por eso sigo pensando, yo también, que morirme sólo será un trámite en el que dejaré un cuerpo para ocupar otro y al morirse ese cuerpo otra vez, y así hasta el infinito. Me resulta inadmisible la muerte absoluta. Por eso ha de ser que me inventé esa fe.
Me aterra, eso si, pensar que mañana podría caminar con el cuerpo de un asesino o un pedófilo. El cuerpo del dictador más sangriento. Entonces, es cuando mis creencias se pelean con mis sueños, y sólo quiero dejar de pensar.

martes, 10 de agosto de 2010

Muerte (I)



Juego con la muerte. Me gusta andar por su superficie áspera, igual que cuando se camina por la cuerda. Me gusta divertirme con su nombre, aunque en el fondo del pasillo, "algo" se revuelve, inquieto.
Hablo de la muerte y creo hablar con ella, como si se tratase de una mujer muy oscura e importante.
Me fascina imaginarme muerto. Imaginar mi muerte, heroica o terrible. Imaginarte llorando a mares sobre mi cadáver incorrompible y radiante.
Imaginar que te reprochás cada uno de los desprecios que me prodigaste y cada paso que diste para alejarte de mi, cuando estaba vivo.
Me gusta, de alguna manera, creer que desde adentro de mi cuerpo, plastificado, te veo, te miro, te disfruto con ojos de despecho. Que en esa caja negra, nadie percibe que yo estoy viendo.
Me complace sentir que no podés dormir por las noches, temiendo que yo venga a abrazarte los pies. Y sudás, llorás, temblás.
Me gusta, pero pienso que esta muerte es tan inútil, y no imagino como podría salir desde mis adentros para ir a gritarte que yo soy el hombre de tu vida.

Imagen: H. Wallis . La muerte de Chatterton

martes, 3 de agosto de 2010

Lejos


Los que "me quieren" me llevaron a un lugar muy lejano y aislado, y con eso pretenden que las penas del amor se disuelven, quién sabe en que ácido de los días y los espacios.
Tengo para mi, que nada que me aleje de lo que amo, me quitará de la cabeza las imágenes del pasado, ni de la piel, los escalofríos del deseo, ni del corazón (por decirlo de alguna forma concreta), el "fuego fatuo".
Tengo para mi, que este lugar vacío y silencioso, sólo me provoca desesperación, y en lo único que pienso es en volver o colgarme de algún árbol. Sólo a un tarado puede ocurrírsele que yéndose uno desaparecen las miserias. Y ya que mi miseria está en mi y no en lo que amo, podría estar en cualquier punto del universo, que nada se modificaría.
Dicen los que "me quieren" que, en contacto directo con la naturaleza, podré reencontrarme conmigo mismo y con mi alegría de antaño. Y sin embargo, no soy de los que hablan con los árboles, o tocan su guitarrita debajo de uno de ellos llorando penas, no soy de esos que se sientan al borde del riacho que pasa por acá y ven, reflejado en el agua, el rostro de la amada, no soy de esos que ven en este cielo tan límpido, las señales de un destino precioso.
Esta naturaleza, esta relación forzada, sólo me está provocando repulsión. No sé cuantos días más soportaré este encierro y saldré, desnudo a la calle, a buscar el lugar que se me concedió para sufrir como dios manda.