jueves, 17 de noviembre de 2011

La tristeza


Esta (la) tristeza no se declama, no se expone, no se desnuda. Tengo boca y no puedo gritar. La tristeza se acepta, se lleva, como el cuchillo en las tripas o el veneno de la serpiente en las sangre, hasta que supura o te mata. La amargura es un sabor redundante que trasciende el paladar.
Nadie, ningún héroe, ningún mesías, inflige un tajo y extirpa la tristeza, como si de un tumor maligno se tratase. La tristeza insiste de forma férrea. Lucha, al fin y al cabo, contra nuestra pobre voluntad de expulsarla.
Pero la tristeza termina, pasa, igual que pasan las nubes, las lluvias o los días. O se queda, la tristeza, nieve eterna. Eso inferimos, porque la eternidad no puede ir más allá de nuestra propia finitud.
Y cuando la tristeza no pasa, persiste, tarde o temprano, el viento atroz de la muerte la arrastra, y arrastra mucho más que la tristeza.

4 comentarios:

  1. Oh mi querido Edmundo. Te acompaño en este momento y en todos los que me lo permitas. Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. A veces, la tristeza nos sirve para darnos cuenta que, en realidad, no estamos tan solos. Otras, no sirve para nada. En todo caso, lo que siempre sirve es tomarse la vida con un poco de humor. En cuanto a la eternidad, es algo que debería pensar con mayor detenimiento.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Estoy seguro que no será una tristeza endémica, porque aunque sé -tan cierto como que la muerte es muerte para todos- que existe esa tristeza, no se atreverá a apoderarse de tu corazón.

    Un abrazo muy fuerte, amigo.

    ResponderEliminar
  4. Esto es bellísimo. Está lleno de imágenes certeras pero sobre todo sobrecogedoras. A veces sentimos ganas de plegarnos sobre la tristeza, de aquietarnos en ella. A mí me entran deseos de aquietarme en este texto. La tristeza es necesaria si de ella nacen cosas así...

    ResponderEliminar