Nadie piensa, nadie se imagina
nunca, que mirar a los hermosos ojos, mirarlos fijamente, casi con
empecinamiento, con pretensioso encanto, con seductora intensión – no segundas
intenciones, si primeras – se convertirá en instante de infortunio, en error, en
herida que no cesa – nunca cicatriz – y supura largamente, como la inmisericorde pus
de las horas de un preso condenado, su infartado reloj, su almanaque
borroneado.
Esos ojos que no se pueden mirar directamente, porque con ellos sucede como con el sol. Ese borrón de luz en la retina que en este caso ni siquiera la oscuridad puede lavar. Es más, la oscuridad es a veces el mejor marco para aquella mirada que una vez nos dio lumbre...Beso
ResponderEliminarY en nuestro haber todos tenemos un par de esos ojos como mínimo. ¡Lo que yo daría por volver a ver aquellos ojos verdes, querido amigo, ahora convertidos en dos negros pozos!
ResponderEliminar